The more the merrier
Posted on 27. Oct, 2015 by tabs in Uncategorized
¿The more the merrier? Mire usted, pues depende. Hay gente a la que sí, y gente a la que no. Esto es como lo de viajar. Hay gente a la que le gusta irse a otros mundos y conocer otras tierras y ver otros cielos y hay gente a que está tan agustito como los Ketama sentadito en su jardín mirando la vida pasar. Y de verdad que (desdeelpuntodevistadelnihilismo) yo creo no es mejor ni una cosa ni la otra. Dice mi amiga la Ría que, ¡anda que no he viajado yo a sitios, sentadita en mi sofá frente a la lumbre, leyendo un libro con un Rooibos calentito entre mis piernas! Y no sólo a otras tierras, señor, también a otros tiempos. Esas miles de aventuras que se acumulan y que pasan como un rayo y son tantas y van tan rápido y son tan intensas y van tan lejos... ¡qué agobio! ¿Ve usted, como depende? ¿The more the merrier? Pues habrá unos que sí, y otros que no. Igualito que lo de los viajes. Ahora, lo que no tiene ni pies ni cabeza es que me venga mi amiga la Ría y me diga que a mí lo que me pasa es que no me gusta Madrid, y que si me gustara, menos viaje me metería. Váyase usted a cagar al mar, amiga Ría. A mí Madrid no me va a perder, porque mire usted, porque la llevo en el corazón. Y en cuanto tengo un ratito bien que me acerco y bien que le hago cosquillitas por Antón Martín, que sé que es donde más le gusta. Y sí claro que sí, claro que pasaría más tiempo en Madrid si no tuviera una casa en la playa o si me dieran miedo los aviones o si le tuviera pánico al extranjero. Pero oiga, ¿no se dá usted cuenta de que soy yo más feliz cuando estoy en Madrid, precisamente porque tengo otra casa allá donde hab' ich mein Hertz verloren y no me dan pánico los aviones ni miedo el extranjero? ¿Es que no es obvio que los del río no habrían escrito su canción si Sevilla hubiera estado en cuarentena?
Nacimos en tiempos interesantes (y ¡ay, aquellos que hayan nacido en tiempo interesantes..!). Nuestros padres tuvieron una juventud diferente. Ellos crecieron más deprisa porque no perdieron el tiempo pensando en cómo hacerlo. La historia y los caprichos de un capitalismo que, aunque ellos aceptaron silenciosamente, a mí todavía me cuesta entender, se hicieron cargo de acelerar el proceso negándoles la capacidad de elección. No digo que no tuvieran la oportunidad de ser felices, ni que fuera una generación triste. Pero si hay que entristecerse por algo, si hay que buscarle una nostalgia a esa generación española que vio a franco arrugarse hasta la muerte, esa nostalgia es sin duda alguna la de la privación de la oportunidad de elegir. No digo que no hubiera viajes, pero el abanico era muy estrechito. Ni digo que no hubiera diferentes trabajos a los que acceder, o diferentes carreras que empezar, o suficientes marcas de detergente que comprar. La oferta existía, pero la limitación, que no era trivial, estaba impuesta por un pasado del que ellos no tuvieron ni culpa ni compromiso. Es justo ese extenso abanico que a ellos se les negó durante su juventud la que atormenta a la nuestra. El desarrollo social, tecnológico y económico de los últimos tiempos han dilapidado, o al menos castigado al fondo de la clase y contra la pared, casi todas las limitaciones. Nosotros hemos crecido más despacio, pero es sólo porque necesitamos más tiempo para bucear en nuestra piscina de posibilidades para decidir cómo crecer. No es porque tuviéramos que hacerlo, pero es que bucear es muy divertido: la preparación de un viaje es un viaje en sí mismo, ¡una ruta inacotada y sin destino a lo largo y ancho de la cartografía googliana! La imaginación, en un alarde de autoridad y prepotencia inadmisible en semejante fangoria, da un golpe de estado al raciocinio y aísla a la realidad a punta de pistola. Salónica, las ruinas de Pella parecen surgir de una nube de polvo amarillo que sólo el azul profundo del mar consigue disipar. El olor del salitre, Atenas en el horizonte y el monte que se rige supremo y te avisa de que ahí no has de subir. Las Cyclades, la casa de paredes tan blancas que el sol se tapa los ojos con su mano de helio por miedo a quedarse ciego. Corfu, ¡y los bichos del señor Gerald! El baño en el mar, Stendhal esperándote en la orilla con un infarto en la mano. El queso, y el vino tinto. Oye, ¿es el tinto griego tan bueno con el navarro? No sé, pregúntale a Google-pero oye ¿y la Toscana? Allí también hay vino y queso. Sí. Florencia de pronto y el río y el puente y esa plaza tan bonita ¿cómo se llamaba? ¿Has cruzado alguna vez los Alpes para ir de Munich a Venecia? ¡Véneto independiente! Una manifestación en el canal y Harrison Ford suspirando en su habitación del hotel Danieli. Pero una vez has salido del agua y te has quitado la bombona de oxígeno, el verdadero viaje es, a la fuerza, decepcionante. No porque la realidad no pueda cabalgar más rápido que la imaginación, por supuesto que puede. Pero es que elegir Atenas es dejar morir en tus brazos al resto del glorioso elenco de aventuras extraordinarias que con tanto cariño habías abrazado durante el ensueño del buceo. Elegir es descartar. Y el descarte resuena en el futuro, preguntándote, no de forma obsesiva pero sí de forma ocasional, con su barba y su armadura de cruzado, si has elegido sabiamente. ¿Y si hubiera sido Salónica en vez de Atenas? ¿O Filosofía en lugar de Física? ¿Y si Física en lugar de Neurociencia? ¿Y si Tenerife en lugar de Barcelona? ¿Y si Barcelona, o Frankfurt, o Lisboa, o Bremen..? ¿Y si? La nostalgia de nuestro tiempo es muy distinta a la de nuestros padres. Nuestra nostalgia es la nostalgia del que puede elegir. Es la nostalgia de lo perdido. La Nostalgia de todo lo que dejamos atrás. Una Nostalgia gris, que guarda en su interior un cementerio tan extenso como el horizonte, donde filas y filas de lápidas nos recuerdan los nombres de los cadáveres descompuestos de todo lo que pudimos ser y que no pudimos ser porque en realidad no se puede ser más que una cosa a cada vez.
Por eso yo creo que, ya que es sólamente en esto, en esta pequeña cosita, en este minúsculo rincón del lugar del donde surgen todos los caminos, en donde, con un poco de esfuerzo, se nos ofrece la valiosísima perla de mandar a la mierda a la Nostalgia de lo no vivido y decirle, mirándole a los ojos y con ardor en nuestros labios, "esta vez no", tenemos la responsabilidad de hacer ese esfuerzo y hacerlo hasta el final. Y llenarnos, con el corazón abierto y los brazos extendidos, de todas las vidas que podemos vivir. ¿The more the merrier? Sigo diciendo que depende, pero para mí sí. Para mí sí porque creo que estamos aquí sólo una vez y que estar cómodo no es vivir. Vivir es bajar a la maldita calle hasta conocer todos los malditos cafés de la ciudad. Y por supuesto que se puede tener un café favorito y aprenderse el nombre de la camarera y dejar que la camarera se aprenda el tuyo. Y se puede volver y volver siempre que se quiera y pedir un solo doble con hielo en verano y con azúcar en invierno. Pero para mí vivir no es yacer cada día en la comodidad del café en el que sé dónde están los enchufes, vivir es arriesgarse, de vez en cuando, a no encontrarlos en el café de enfrente. Vivir es probar esa comida y esa también y sí incluso el gusano de seda sofrito en ese popurrí tan raro que tienes aquí y del que probablemente no repetiré, pero leñe, déjame que al menos me entere de cómo sabe. Y que sí, que póngame usted hoy nos callos que me gustan mucho y los hecho de menos. Pero mañana: ay, esta cerveza no la he probado y si hace falta coger un avión, dos trenes y alquilar un coche para llegar hasta Saint Sixtus, se cogen los dos trenes, el avión, se alquila el coche y se pide la cerveza en Saint Sixtus. Y no estoy intentando convencerte, ¿pero no es mejor vivir mucho que vivir poco? Pues no, claro que no, claro que (desdeelpuntodevistadelnihilismo) no es mejor ni lo uno, ni lo otro.