Pero... esto es absurdo...
Posted on 09. Jan, 2011 by tabs in Uncategorized
Recuerdo la primera vez que alguien me habló del concepto de "depresión existencial". A parte de lo pedante que puede parecer deprimirse de ese modo, no suena demasiado inteligente sumergirse en las tinieblas de la eterna tristeza por algo tan insustancial como un pensamiento. Generalmente, uno espera llegar a deprimirse por las circunstancias terrenales de la vida. Ya lo dice la canción, "salud, dinero y amor". No hay ningún himno sentimentaloide, de esos que tocan los lloricas que forran sus guitarras con plástico para que no se estropeen de tanto lagrimeo, que hable de los conflictos existenciales internos. Y a parte de un Woody Allen muy perspicaz, no hay constancia de ello en el cine de los grandes públicos. Exceptuando a los grandes filósofos, que se dedican en cuerpo y alma al tema en cuestión, sólo nos queda una elitista literatura rusa, por lo demás tachada de pedantería, para sentirnos identificados con los problemas que conlleva plantearse aquello de que la existencia es finita. El propósito de este post es explicar, tal y como yo lo concibo, el nihilismo actual, y por qué es, a veces, a very naughty guy.
El pistoletazo de salida del nihilismo es la muerte de Dios. Podemos entender la longevidad del anciano si nos metemos en la piel de la clase campesina en la Edad Media. Europa sufre una estratificación social del carajo y la cultura es una pobre desvalida que no tiene quién le ayude. La mayor parte de la sociedad vive en la ignorancia absoluta, y ve a Dios por todas partes y en todos lados. La injusticia y la incertidumbre son dos perras furiosas muy difíciles de contener. La iglesia es, en el plano metafísico, la cara amable de la vida. Una figura religiosa que nos promete un porvenir mejor, insiste en que mantener una ignorancia que no podemos disipar es bueno, define las reglas morales de la sociedad explicándonos cómo debemos actuar en cada momento y es, en general, un colchón ético bastante confortante para tiempos tan malignos como los que se presentan. En una vida basada en la supervivencia no hay tiempo para plantearse las creencias personales. Se adoptan las de la cultura que a uno le rodea y lo demás es comer. En este contexto, sólo un brote revolucionario es capaz de cambiar las cosas. Aislando al pueblo de la cultura se minimizan estos brotes, y un poco de inquisición por aquí y por allá calcinan los poquitos que puedan surgir.
Por causas que seguro que la Wikipedia explica muy bien, acaba la edad media y se consolida una clase media privilegiada, que ya no necesita la promesa de un futuro celestial para sentirse cómoda con su vida. En la edad moderna tenemos tiempo de sobra para gestar el germen de un pensamiento propio, que acaba de forma que cualquier ser no religioso puede comprender. A la luz de la ciencia y de la historia, creer en los dogmas de la iglesia es absurdo. La vida holgada de la clase media da tiempo suficiente para darse cuenta de ello.
Aquí empieza el problema. La primera señal de que Dios ha perdido su papel es la revolución francesa. Matar al representante de la máxima divinidad en Francia, el señor rey, no es moco de pavo. La clase burguesa, que puede permitírselo, rechaza a Dios con todas sus fuerzas, y decimos que "se ilumina".
Por un tiempo se está bien, no pasa nada, y no se echa de menos al omnipresente. El problema es que al eliminar la parte de la religión que da poder al rey y nos promete un presente mejor, también nos estamos cargando la parte que nos dice qué cosas están bien y qué cosas están mal. Con razón tacha de arrogante la biblia al que cree poder distinguir el bien del mal. Es un follón de tres pares de narices. Y, al comienzo de la edad contemporánea toda la estructura moral de Europa está basada en las reglas del cristianismo.
Mi intuición me dice que matar es malo. Pero mi intuición está construida en base a la cultura de la civilización en la que he crecido. Esto no es difícil de entender, porque en otros países la cultura es diferente, y la intuición de los hombres que allí habitan es diferente a la mía. Si la cultura de mi civilización se basa en los principios de una religión que de pronto carece de sentido, tengo que replantearme mi estructura moral. Ese cálido colchón que define la ética ya no está por ningún lado. Esto es lo que Nietzsche nos quiere decir con su niño y su león y su camello.
Puesto un poco más en sus palabras, el alemán del bigote nos cuenta que somos unos camellos feos y tontos, que soportamos una carga que no nos corresponde soportar. Llevamos a nuestros lomos toda una serie de restricciones impuestas por una estructura moral que, sin un Dios que la respalde, no tiene más validez que los posos del café turco, y en la que sólo confiamos por inercia. Niezsche nos dice entonces que nos levantemos y tiremos toda esa carga. Que la moralidad cristiana es una basura, y que tenemos que ser un león y rugir y morder y arrancar la cabeza de tanta imposición gratuita: que todo está permitido. Y una vez que hagamos como Descartes, y descompongamos el mundo, una vez que desconfiemos de nuestra intuición y de los libros y de los padres fundadores; nos sentemos a reflexionar, y con la inocencia de un niño que nada conoce todavía, reconstruyamos el mundo.
Nihilismo es este estado de inocencia, antes de la reconstrucción, en el que todo está permitido. Nihilismo es rechazar las normas que la sociedad y nuestros padres nos imponen. Nihilismo es "construye tu propio mundo". Al menos, ese es el nihilismo de Nietzsche.
Hoy día puede parecer trivial toda esta reflexión. Sencillamente porque no hemos vivido la caída de toda la estructura moral. Hemos crecido en un mundo en el que Dios ya no era importante para casi nadie, y consideramos que nuestra moralidad tiene orígenes más tangibles que un señor con larga barba que vive en las nubes.
Sin embargo, la reflexión tiene continuación. En primer lugar, la reconstrucción no es sencilla. En la época, muchos teóricos idean éticas de forma más o menos razonables. Kant lanza su imperativo categórico, tan sencillo como ingenioso (algo así como que se debe actuar siguiendo patrones de comportamiento que puedan aceptarse como leyes universales). Bentham y Mill proponen el utilitarismo, que dice que entre dos opciones, debe escogerse la que beneficie en mayor grado al mayor número de personas. Todas ellas tienen agujeros por todas partes, y tienen contraejemplos a tutiplén (yo le diría a Kant que las leyes universales de un talibán entran en contradicción directa con las de Zapatero, y a Bentham que si le parece razonable que una minoría étnica no tenga derecho a vivir si la mayoría de la nación lo cree así).
Tampoco pretendo hablar de ética en este post, pero voy a dejar caer mi postura sobre el tema, sin justificarla, para no enrollarme demasiado, y dejar constancia al mismo tiempo. Creo que la moral es relativa. Cada uno la ve de una forma, y es correcta siempre que salga de una reflexión pausada. Ante todo, debe situarse la tolerancia al que sabe argumentar una moralidad diferente de la de uno mismo. Dudo mucho que exista ningún patrón sencillo que funcione siempre, como las leyes absolutas de la biblia, y yo no perdería el tiempo en buscarla. Lo que sin duda es importante, es que no nos dejemos guiar por los prejuicios culturales que nos rodean, y que seamos críticos con nuestra propia forma de pensar, para ir caminando siempre hacia un lugar mejor.
- Ya entiendo eso del nihilismo, la verdad es que no me has dicho nada que no supiera. ¿De dónde viene entonces todo ese rollo de la depresión existencialista?!
Hacia ahí voy! No pierdas la paciencia, mi querido, bello, y seguro que muy popular lector.
Cuando cuestionamos la estructura moral en la que nos movemos, en 1800 y ahora, nos estamos dejando todavía un cacho de presunción religiosa sin explorar. Hemos vivido la mayor parte de la historia sin darnos cuenta de que la muerte es mucho más chunga de lo que parece. En el contexto de la fe, la muerte da un poquito de miedo, porque es un viaje a lo desconocido, a un cielo o un infierno del que no sabemos demasiado. Sin embargo, si nada de eso existe, la muerte es un viaje hacia la nada. Hacia, como mucho, el lugar en el que estábamos antes de nacer. La primera vez que se ve con lucidez este razonamiento, se nos hace un nudo en el estómago. Es la primera sensación de verdadera humildad que tenemos en nuestra existencia. Ahora que nuestra alma no es eterna... ¡el universo es tan viejo en comparación con nuestra esperanza de vida!
Supongamos que aceptamos la muerte tal y como nos la describe la ciencia. Se puede decir que, precisamente porque al morir dejamos de existir, no hay nada de qué preocuparse. No va a doler. Pero entonces... debemos de hacernos la pregunta que no se hacen los Python en su película, ¿cuál es el sentido de la vida?!
Primero de todo, ¿quién ha hablado de un sentido de la vida? Volvemos al cristianismo. Precisamente porque hay una vida después de la muerte, en la que se van a juzgar nuestros actos y decisiones, hay que vivir acorde a unos principios morales impuestos por Dios. Ya hemos visto que al cargarnos a Dios los principios morales vienen de la nada y nada de caso hay que hacerles. El siguiente problema en profundidad es que, aunque esos principios fueran sólidos, aunque hubiera algo que los sustentara... un mensaje en nuestro código genético o algo así, ¿por qué habría de hacerles caso? No es sólo que "todo esté permitido" porque los principios morales no sean válidos. Todo está permitido porque portarse mal no está castigado. Sólo podemos confiar en que el sistema judicial del lugar en el que vivimos castigue al que infringe las leyes. Pero si nuestro sistema moral es relativo, y romperlo no va contra la ley... ¿por qué molestarse siquiera en planteárselo?
En este nihilismo, más oscuro que el de Nietszche, no tiene sentido la creación de una estructura moral. La raza humana está destinada a vivir en las tinieblas, sin ningún código que la guíe hacia un lugar mejor, y la única forma de que no nos matemos los unos a los otros por la mínima ofensa es construir un código civil que todos debamos respetar. Es la justificación de las leyes modernas, que viven bajo el manto hipócrita de una moral que quizá no tenga sentido.
Pero aún hay más, porque aún no hemos hablado de ese "sentido de la vida" que tiene forma de pez. Uno nace, consume recursos, vive como buenamente puede y la palma. Y eso es todo. Hasta la muerte de Dios, un sinnúmero de personas han soportado una vida de penurias, esperando con ilusión el momento de la muerte, en base a ese cielo prometido en la escrituras. ¿Cuál es el sentido, ahora, sin Dios ni promesas, de vivir? ¿Por qué vivir, si la vida es incierta y extraña? Mucha gente es feliz, sin duda. Esa gente dirá que vivir es bueno, es divertido, mola. ¿Pero qué ocurre con la gente que no es feliz, que no disfruta de la vida? ¿Vale la pena vivir? Vive por la esperanza de alcanzar la felicidad, dice la gente feliz. ¿Y si no te queda esperanza? ¿Es válido seguir viviendo, por el mero hecho de no morir?
Este nihilismo es aún más profundo que el anterior, y mucho más duro. Este nihilismo es el que nos hace entender la crueldad del nazismo. Reduce al vacío el valor de una vida. Un razonamiento, aparentemente válido: si sólo merece la pena ser feliz, y en nombre del utilitarismo, podemos entender que un Hitler algo desquiciado pueda llegar a la conclusión de que asesinar a 10 millones de personas infelices para asegurar la prosperidad y felicidad de los 80 millones restantes es un acto de compasión. Todavía más lejos, vale la pena matar por una idea, o por una tableta de chocolate. En este contexto, Sade es un iluminado. Toma como máxima en su vida el disfrute de unos placeres carnales (un tanto fetichistas, beteuvedoble) y rechaza la hipocresía de su época, aplicando el "todo está permitido" hasta la última gota de sangre de sus víctimas.
Dentro de este nihilismo, sin un sentido de la vida, la cosa está muy chunga. Este es el punto de partida desde el que Sartre y Camus empiezan a andar, y crean una doble corriente que sirve de continuación a tanto sinsentido. Sartre agota todos los recursos posibles, y lanza una máxima que apetece bastante abrazar: dado que el sentido de la vida no se encuentra en ninguna estúpida y conformista superstición, sólo queda buscarlo en el desarrollo de nuestra propia vida; nosotros debemos darle sentido a nuestra existencia. Esta es la base del existencialismo, que aunque ilumina un poco el final del túnel, arroja una responsabilidad brutal a los brazos del ser humano. Ya no sólo debes buscar con tu pensamiento crítico tu propio esquema de valores, no sólo tienes que encontrar las fuerzas en tu propia conciencia para cumplirlos aún sabiendo que no hay castigo en ignorarlos. Además, tienes que construir con tus decisiones el sentido de tu propia existencia.
Camus es mucho más malote, pero a mi juicio, más coherente (aunque Sartre tacha de estético tanto dramatismo). No es muy inteligente descartar las presunciones religiosas para confiar en una frase que no tiene ningún fundamento. ¿Por qué es más válido un "sentido de la vida" construido a base de vivir, que uno adquirido de la sociedad? ¿Por qué es mejor un esquema de valores generado por nuestro cráneo, que uno que ha desarrollado la historia de los pueblos? Camus reafirma la desolación del nihilismo más absoluto, y lo llama "Absurdismo". La vida no tiene sentido, y cualquiera que le intentemos dar no es más que un conformismo tan válido como la sucia religión. La tesis es más o menos la que hemos desarrollado hasta ahora. Dice que, tarde o temprano, el hombre (sí, también la mujer) se da cuenta de que todo es absurdo (por todo lo que ya hemos dicho y todavía más), y no hay en verdad ninguna razón para vivir.
Camus sugiere tres posibles formas de enfrentarse a esa situación. La más evidente es el suicidio, que es la vía que toma el nihilista convencido. Si nada tiene sentido, si no hay nada por lo que vivir, no se vive, y punto. Camus la descarta con inteligencia, alegando que tantos mismos motivos hay para morir que para vivir, y que total ya estamos vivos. Ciorán lo complementa, diciendo que lo lógico es, en todo caso, no nacer. La segunda opción es el suicidio filosófico, que consiste, básicamente, en olvidar todo eso de que la vida es absurda y acogerse a algún conformismo, con la intención de vivir feliz el tiempo que a uno le queda. Es la vía del religioso, y también la de Sartre. Camus la rechaza con desdén, por motivos de coherencia, en nombre de una vida más auténtica.
Lo único que queda es pues vivir con el conocimiento del absurdo. Es una idea tan difícil de aceptar, que hay que mantenerse alerta para no permitirle al cuerpo tomar la vía fácil y olvidar todo lo aprendido. Por eso habla Camus siempre de la vida en rebeldía, rechazando todo lo impuesto (la misma raíz del nihilismo de Nietzsche) y lo que está por imponer. Diciendo que no a cualquier conformismo goloso que se nos ponga delante. Por poner un ejemplo, sería muy sencillo decir que una vida vale la pena ser vivida si deja algo bueno a los que vienen detrás. Un absurdista diría que las vidas de los que vienen detrás sufren del mismo absurdismo que la que nosotros vivimos, y que la noción de "bueno" es una ilusión que no tiene hueco en un pensamiento inteligente.
Tanto existencialismo como absurdismo comparten dos cosas. La primera es que allanan el camino a la depresión de una forma considerable. La segunda es que rechazan el holocausto nazi, que es un comienzo. El argumento existencialista contra el nazismo es trivial. El del absurdismo es un poco más complejo, pero más divertido. La idea es que, una vez ridiculizada la noción de "lo bueno", no hay ningún argumento para valorar una vida más que otra. De forma que, para aceptar que una vida no tiene sentido y ser coherente, antes (o a la vez) que matar, hay que morir.
La forma en la que un existencialista y un absurdista se deprimen (y la salida de esos pozos de potencial tan profundos) son el propósito último de este post, y allá vamos.
La depresión en un verdadero nihilista absurdista es bastante natural. Obligarse una y otra vez a pensar en el sinsentido que es la vida merma bastante las ilusiones cotidianas, que son al fin y al cabo las que nos mantienen despiertos y nos dan energía cada día. Es sencillo quedarse un día entero en la cama, sin moverse. O varios. La propia teoría, mal entendida, empuja a alcanzar un estado de apatía por todo y para siempre, que no se diferencia en nada de la depresión más grave.
La depresión existencialista es más dinámica y mucho más interesante, por su naturaleza paradójica. Tiene su raíz en la responsabilidad que la filosofía descarga en el sujeto. En palabras de una amiga que me introdujo en la teoría de Sartre, "el mero hecho de encontrarse con millones de posibles caminos en la vida, sabiendo que sólo un par de ellos son los más plenos, que sólo un par de ellos arrojan el sentido más completo a la existencia, nos arroja a un abismo desolador".
Mi generación es la más aburguesada, en cantidad y calidad, de las que ha habido hasta el momento en nuestro país. Hasta 1920 hablar de una vida acomodada no podía ser global en ninguna parte de este viejo continente. Varias guerras con sus consecuentes crisis han mantenido en el estado de supervivencia a la mayor parte de los habitantes hasta hace bastante poco. En España, al menos, el franquismo, daba algo por lo que luchar y mantenerse despierto.
Es ahora cuando la generación de los 80 está llegando a su máxima madurez intelectual. Cada vez hay más gente que no vive para trabajar. Tenemos mucho tiempo libre, y aunque los estímulos intelectuales escasean en este mundo de locos, el acceso al conocimiento es casi infinito. Es ahora cuando tenemos tiempo para retomar el pensamiento de los antiguos nihilistas, pero esta vez a mayor escala. No en vano somos la generación del nini, que ni estudia ni trabaja. ¿No será que hemos entendido que no merece la pena buscar un sentido a una existencia vacía?
En realidad vamos un poco retrasados con el resto de Europa, en la que la generación anterior a la nuestra ya gozó de la comodidad en la que ahora nos encontramos. Hay una clara relación entre el nivel de desarrollo de los países con la tasa de suicidios. Las mayores víctimas del fenómeno se encuentran en los países comunistas, o con un pasado comunista, en los que la supervivencia del ser humano se garantiza.
No pretendo demostrar ninguna tesis fatalista con todo esto, pero parece como si la especie necesitara mantenerse ocupada para no pensar en las cosas que no debe.
¿Podemos intentar arrojar algo de optimismo a tanto pensamiento suicida? Podemos intentarlo. Podemos, por ejemplo, utilizar las consecuencias del absurdismo para darnos cuenta de que no hay absolutamente nada en la vida que merezca un minuto de sufrimiento. El absurdismo también nos ayuda a comprender por qué esa idea de que la acumulación no puede ser buena, es correcta. Nos lleva por la senda en la que todo está permitido, y como sienta mejor estar contento que no estarlo, también nos anima a ser felices. Absurdismo también es dejar de creer en dogmas, confiar en la razón práctica, y no valorar la vida propia por encima de la de los demás. Absurdismo es altruismo, y libertad.
Pero sobre todo, el absurdismo, es un humanismo. Lo único que lo separa del vital existencialismo es que no presupone que haya ningún objetivo que alcanzar. Aunque en la raíz rechace el valor de la vida, nos da un argumento inapelable por la eterna hermandad de los hombres. Nos lanzan a esta vida sin explicaciones, y la experiencia nos dice que nuestro destino último es morir. No hay nada a lo que agarrarse, y una vez que uno se da cuenta de que existe, está jodido para siempre. Este jodimiento eterno, que nos acompaña a donde vayamos, se encuentra en el interior de cada ser humano. La muerte iguala a los hombres, incluso en la vida. Esa es la consecuencia más grande que encuentro en el absurdismo. Hay una precariedad común en la especie humana, que nos une. No hace falta que ninguna nave alienígena trate de exterminar el planeta para que trabajemos juntos. El motivo de nuestra tristeza es, en último caso, común.
¡Y luego está la música! Que alegra corazones. Y las cosas buenas, que tienen su valor intrínseco en el instante en que son vividas. Y aprender a transmitir sentimientos, y a leerlos: el arte, que ya no está nunca más al servicio de Dios, si no del hombre.
Esa incómoda verdad, desvelada por Camus, despoja de valor eterno a las cosas, desvelando un valor intrínseco que tanta parafernalia no nos deja ver. Ya no hay lugar para los dundies, ni para las apariencias, ni para la hipocresía. Puesto que nada es para siempre nunca más, sólo nos queda disfrutar del instante.
Y si es verdad que todo es absurdo, y que las raquetas coloradas siguen sobrevolando SanMarina, entonces no hay nada que temer, y somos libres de vivir, hasta que el mundo nos lo permita.
[Un comentario final a este post interminablemente aburrido. Yo no soy filósofo, ni estudio filosofía. He oversimiplificado aquí muchas teorías, y he mezclado interpretaciones subjetivas con las creaciones originales de algunos filósofos que quizá quisieran despedazar mi cabeza, por hereje. Por tanto, aconsejo al amable y maravilloso lector, que si está interesado en esta mierda, acceda de forma independiente a los escritos originales, y saque sus propias conclusiones, sin darme más crédito del que merece un servidor.
A tal efecto, aconsejo leer, para comprender mejor el nihilismo de Nietzsche, su obra maestra "Así Habló Zaratustra", o "Genealogía de la Moral", que es más corto, y está más claro. El existencialismo de Sartre, dicen las malas lenguas, viene que ni pintao en "Existencialismo y Humanismo", y la obra clave para comprender el absurdismo de Camus es sin duda "El Mito de Sísifo". Si se quiere profundizar en el pesimismo más absoluto, Ciorán es conocido por su cinismo nihilista. Y para conocer de un vistazo la evolución de la ética, y por qué la única respuesta razonable a la moral es el relativismo, aconsejo muy mucho pasar de pedanterías mayores, y leer con discreción "Ética para Todos" (en V.O., "Ethcis: a Graphic Guide") de Robinson & Garrat, que además de enseñar mucho, es muy divertida. Por último, una referencia cinematográfica, que si no, como diría mi hermano, no cago: "Synecdoche, New York", sabe transmitir de una forma escalofriante la lucidez de ver el mundo bajo el foco del absurdismo.]