Eraserhead
Posted on 08. Feb, 2011 by tabs in Uncategorized
[95% (en el párrafo 10 expongo mi impresión sobre la película... sin desvelar nada más, ¡creo!) Spoilerfree]
Recuerdo con mucho cariño los sweet sixteen, que los llaman. Llevaba yo por aquel entonces una melena lisa y gigantesca que confundía a las abuelas de mi barrio, que no sabían, en palabras de mi madre, si era una chica fea o un chico guapo. En mi barrio no hay mucha belleza, y generalmente elegían la opción femenina para darme las gracias por cederles el asiento en el 28.
En aquella época estaba mi madre asociada con Ricardo Évole, uno de esos señores de traje que llevan mucho capital en la cartera. El jamón de las navidades era exquisito, pero el mayor privilegio que me daba la amistad materna era el acceso a los cines Ideal. Era (y quizá lo siga siendo) este señor uno de esos mandamases de la cadena cineplex, y Jacinto Benavente siempre ha sido un lugar de paso para cinéfilos, cineastas y tragacañas. Las bravas no estaban mal, pero siempre merecía más la pena cruzar un par de calles e ir al lugar ese en el que tienen la patente colgada en la pared llena de grasa.
A los 14 años me dieron una de las mejores cosas que se le puede dar a alguien de esa edad. Un carnet de socio del Ideal que me permitía retirar dos entradas por sesión sin pagar un duro. Esas cosas no se desaprovechan, y menos en este país. Los viernes y sábados siempre me acercaba a la sesión de las 20.00, a ver qué se dejaba ver, acompañado de una amiga de madre bastante joven que vivía por aquel entonces con nosotros, Yuri. A veces nos volvíamos a casa a las 0.00, y a veces se iba esta chica a tomarse unos algos y yo me quedaba a la sesión de madrugada, en la que reponían las películas que todavía quería ver gente, pero que no valía la pena mantener en el cartel principal.
Fue en una de esas que me animé a ver Mulholland Drive, probablemente guiado por el consejo de algún farfullero de los que me comían el coco por aquel entonces, aprovechándose de la diferencia de edad. La primera vez me gustó mucho, aunque me pareció un poco aburrida. Pero me piqué, como se pica el que coge el cubo de Rubik por primera vez. Es una sensación desagradable saber que deberías comprender algo, y no hacerlo. Así que, la semana siguiente, después de la sesión de las 20.00, decidí repetir, e intentar arrojar algo de luz sobre la mezcolanza de colores que el señor Lynch había gastado en la producción de su vida. Entonces empecé a fijarme en ciertos detalles de los que no me había percatado la primera vez, y creo que fue ese el momento en el que descubrí realmente lo que es el cine.
Al tercer visionado me fijé en muchísimas más cosas, y disfruté tanto de la sesión que decidí verla una vez más. A veces Yuri se quedaba conmigo en el cine, y se metía a ver otra película de madrugada. A veces se iba a tomarse unas cañas y me recogía a la salida. Debí ver Mulholland Drive unas cinco o seis veces en esa sala de cine, cada vez más vacía, tratando de captar todos los detalles. Hasta que un día salí de la sala y me di cuenta de que ya la había comprendido. Y que la comprensión no me aportaba nada nuevo sobre la película. Pero toda esa captación masiva de detalles me enseñó cosas, como que el director sí que cuenta, o que la luz sirve para algo más que para que puedas reconocer (o no) al actor de turno.
Como es natural, después de dejarme aturdir tanto por esa película comencé a llamarla película favorita de yo y me dije a mí mismo que esa situación era totalmente insostenible si no veía el resto de creaciones de la retorcida mente de Lynch. Fue así como me bajé, cual sucia rata de cloaca, una tras otra, las películas de Lynch. Por entonces el ADSL era bastante precario y muchas tardaron una eternidad. De todas las que me bajé hubo dos que no llegué a tener oportunidad de ver, El Hombre Elefante, y Eraserhead. La primera sigue perdida en algún lugar de mi disco duro. La segunda la he visto esta misma noche, y es la razón de que esté escribiendo este post ahora mismo.
Cuando ves una obra maestra con ojos espectantes ocurre una especie de milagro. Muchas veces es una sensación pasajera que se va en cuanto comentas la película con los que te rodean. Si tienes la (mala, en ocasiones) suerte de verla solo, hay un espacio de tiempo post-visionado, puedes llegar a hacer reflexiones realimentadas sobre lo que te han querido enseñar, y el ciclo del arte se completa. Es por eso que quiero ignorar todos los detalles de una película antes de empezar a verla. Para darle oportunidades extra al director de sorprenderme, y de dejarme aturdido delante de la pantalla.
Para mí es arte toda aquella creación personal que transmite algo, no necesariamente bueno. Siempre hablan con cariño de los griegos esos que troceaban rocas para exaltar la belleza y perfección de las dimensiones humanas y su relación con el movimiento y muchas más cosas de las que me gustaría saber hablar. Sin duda es el suyo un arte que transmite algo, una cierta sensación de belleza.
Pero me parece a mi más interesante el arte que transmite sensaciones negativas, y nos recuerda un poco lo vulnerables que somos, y lo compleja que es nuestra caprichosa percepción. Hay un cuadro en el edificio que alguien colocó en alguna habitación de las vecinas de abajo. La cosa era tan horripilante que acabaron por desterrarlo, y ahora vive en las escaleras de acceso, enfrentado a la pared, y dado la vuelta. No queremos ni verlo. Es un cuadro que realmente da miedo. A veces, me gusta darle la vuelta, y colocarlo en frente de la puerta de entrada al edificio. Generalmente, cuando vuelvo a bajar, algún alma horripilada ha sentido tal terror en sus huesos que ha ocultado de nuevo al maldito. ¿Cuánto talento hace falta para conseguir transmitir ese terror irracional con una maldita pintura?
[(molt micoso) Spoiler Alert!] Eraserhead ha sido una de esas cosas que empiezas a ver con un poco de mal rollo ya en el coco. Un compañero de piso se ha acercado al salón a preguntar por ese sonido tan estresante que emitía la televisión. Más o menos, a la mitad del metraje, ya estaba deseando dejar de verla. No por aburrimiento, no he podido despegar los ojos de la pantalla en toda la película. Por mal rollo. Cada segundo era una agonía, y no exagero. Me ha recordado mucho a ese Synecdoche del que no puedo dejar de hablar, en el que la sensación era, si bien más larga, bastante parecida.
Si lo que buscas de una película es que tu mente esté evadida de la realidad durante ese lapso de tiempo que quieres que desaparezca de tu existencia, quizá este no es el título adecuado. Pero... como dice el calamar, un poco de calor. ¿No es la vida lo bastante corta como para ponerse a buscar distracciones gratuitas en las que tirar la existencia?
Creo que puedo jactarme de haber visto bastantes películas en mi corta existencia. Películas de todo tipo. Incluso vi aquella de Dude, where's my car?. Y tengo que decir que hay comedias buenas, que te dejan un algo tras el visionado. Que hay directores que cuidan los detalles sin necesidad de lanzarte la última parida surrealista de su perro, y que hasta una película de acción puede tener algún estímulo intelectual más allá del ¿pero el poli no era bueno?.
¿Por qué tenemos tanto miedo al buen cine? Es una cosa que no consigo entender, ni en mí mismo. ¿Por qué elegimos entretenimiento antes que estímulo? ¿Qué nos lleva a ver 40*24 minutos de visionado continuo de tuenifoa antes que la antología de Fellini?
Creo que es por pereza. ¿No le da un acabado suficientemente bueno a la vaguería el estar tumbado en el sofá todo el día? ¿También es necesario poner mierda en la televisión? Pues sí. El estímulo intelectual es, pese a todo, un estímulo. Un punto en el que pinchar que te obliga a pensar, a plantearte cosas que antes no te interesaban.
Hay quien piensa que en la vida no hay que pensar (¡toma paradoja-fácilmente-resoluble!). Es una actitud completamente intolerable, porque el derecho a voto exige una responsabilidad intelectual sobre los votantes, y al menos sobre política hay que reflexionar. Pero en realidad no hay ningún indicio pragmático que nos ilumine en la senda del arte, y no hay mucha diferencia entre perder dos horas de tu vida viendo padre de familia que dejándote iluminar por la técnica de Storaro.
Y aquí llego realmente (¡al fin!) al topic de este post. Ya que el tiempo se nos escapa, queramos o no queramos, apaguemos la televisión. Dejemos solos a Buenafuente, a pepito Grillo, y sobre todo a las productoras de culebrones mejicanos. Dejemos el entretenimiento barato, a Gran Hermano y al tómbola para que lo degusten entre arcada y arcada a los cocineros del cáncer cerebral que le roban las recetas a Rappel. Usemos, en lugar de gastar, nuestras vidas.
Dejémonos de ponernos excusas para hacer lo que más nos apetece en lugar de lo que más nos gusta. Hay que escoger la felicidad antes de la comodidad. Saber elegir en este punto marca la diferencia entre vivir la vida y dejarla pasar. Estar dos horas de angustia frente a una película que va a aportar algo al resto de tu existencia es mucho mejor que pasarlas cómodamente dejando pasar un programa del que al día siguiente no vas a recordar nada.
No digo que en la memoria resida nuestra existencia... pero en cierto grado, somos lo que remanece, o sólo somos el instante. Y me va más la visión budista de la existencia, que nos anima a contemplar nuestra vida como un todo, y a no seleccionar el fragmento en el que estamos embutidos. Y aunque el Carpe Diem fuera extremamente accurate, creo yo que se parece más a vivir interactuar con lo que estás viendo que dejarlo correr.
El arte está ahí fuera para que lo descubramos. Hay muchos sentimientos expresados por otras personas, como nosotros, ahí fuera. Perdernos, en medio de la era de la comunicación, un arte tan accesible, un abanico de sentimientos embotellados tan grande, es como rechazar vuelos gratis para descubrir, ciudad por ciudad, el planeta.
Apagad las luces, subid el volumen, aislaros del mundo... y dejaros seducir por la excentricidad Lynchana. Si tenéis huevos.