Puzzles
Posted on 26. Apr, 2014 by tabs in Uncategorized
Una buena amiga mía (de hecho, la amiga más antigua que conservo) se ha metido en uno de esos pifostios color turquesa de los que es mejor recorrer hasta el fondo que tratar de dar marcha atrás: es orientadora oficial de esas gentecillas jovenzuelas que están pensándose lo de entrar en una carrera y han tenido la alegre idea de meter un poco la nariz en eso de la física (creo que también incluyen a la química en el asunto... que digo yo, ¿qué tendrá que ver la velocidad con el amonio?) "a ver que es". Ella es arquitecta, con lo que del asunto ni papa, y ha acudido a bueno de Tabs para ver si todavía queda en mi pequeña alma algo de ilusión por los tiempos en los que todo giraba alrededor de las fuerzas, energías y topologías. Y he querido contarle taaantas cosas, y estamos taaaan lejos como para tomar una cañeja y hablar de ello, que han entrado cosquillas en el cerebelo y eh, he decidido construir un nuevo pisito sobre el tejado empolvado de mi viejo blog germánico para contar las delicias de la física y, de paso, explicar al lector casual qué diablos hacemos en la vida los humanos que nos metemos en semejante berenjenal. Es un approach personal y sentimentaloide: aviso quedas.
Yo siempre cuento que mi historia con la física empezó con mi hermano Rubenaken. Fue uno de esos veranos extraños por los que todos los universitarios pasamos al acabar el instituto. Es una especie de inseguridad permanente, el abismo, que si esto, que si lo otro. No es tan grave como cuando acabas la carrera porque, cuando estás empezando, sabes que tienes tiempo para tropezar un par de años y que todo igualmente acabará bien. Pero también es la primera vez que te ves las caras con una decisión de tal calibre, y la estabilidad emocional de una adolescente no es algo que se deba tomar a la ligera. Por mi parte, creo que me lo tomé bastante bien. Decidí tomar el camino eliminativo y empecé tachando las cosas que no me gustaban, luego las cosas que no me gustaban tanto y finalmente las cosas que no me flipaban tanto como las demás. De ese procedimiento saqué una lista muy cuca de seis carreras que ocuparon la totalidad de mi cráneo durante las siguientes semanas. La cosa es que mi padre, que siempre ha sido un hombre de ver mundo, nos llevó de vacaciones a China aquel verano. Me habría atrevido a hacerlo quizá desde algún café parisino o incluso un Biergarten Deutschiano, pero eso de hacer las aplicaciones universitarias por internet desde el viejo oriente me daba un poco de cosilla, así que decidí dejarle con mi lista, y con ella mi indecisión, a mi hermano Rubenaken, que por cosas de la vida decidió quedarse aquel verano en la tierra que le vió nacer. Recuerdo que en algún punto del viaje me decidí por la psicología e intenté llamar a mi hermano, pero lo del roaming era todavía un misterio para mí en aquellos tiempos y no conseguí localizarle. Cuando regresamos a la vieja Europa me contó que había puesto Física como primera opción. Decidí probarlo por un año, a ver qué pasaba, y luego cambiarme de vuelta a la ya asentada en el fondo de mi indecisiva decisión: psicología. Tiempo había de sobra y de todas formas estaba seguro de que podría convalidar unas cuantas asignaturas.
El primer golpe fue durísimo. Lateral izquierdo directo al huesecillo ese que que forma la frontera entre lo que llamamos "el lado" y lo que llamamos "la parte de abajo" de la cabeza. Me pilló completamente desprevenido. Mi colegio era uno de esos sitios que parecían sacados de los peores momentos de la unión soviética. Nosotros éramos demasiado vagos como para molestarnos en comprender cosas difíciles y los profesores acabaron contagiándose de esa pereza intrínseca del estudiante inexperto. Entramos en uno de esos loops en los que todo se retroalimenta, un loop de dejadez y de embotamiento. Yo no soy particularmente estúpido, mi selectividad florecía bellísima con un 10 en literatura y las mejores notas de mi instituto en filosofía y dibujo... y abajito del todo, la vergüenza de la nación, un 1.5 en matemáticas y un 4 en física. Pero allí estaba yo, el niño tímido con su bicicleta bajo el brazo el primer día del curso cero. Aquel curso cero fue cosa completamente iluminatoria. Los otros niños tenían una base infinitamente más fuerte que la mía, y yo me sentía completamente estúpido, perdido entre tanto seno y tanta teta (chiste terrible, que ni siquiera tiene la gracia de ser original: se lo robé a uno de los profes del curso cero. Patético pero cierto). Un día, llegando a casa desde la uni, me encontré a unos amigos en la puerta del retiro bebiéndose unas cañejas (esta anécdota puede ser visualizada de dos maneras: el elipeño (entre los que me encuentro) se imaginará a unos chavalines de 17 años bebiendo de litrona escondidos tras la puerta del retiro para que no les vea la pasma; el resto de la gente se imaginará a unos jóvenes alegres tomándose una cervecita con limón en una terracita cuca en el bulevar de Sainz de Baranda; cualquiera de ellos capturará con la misma bravura la esencia del asunto), disfrutando de los últimos rayos del sol que ya se escondían entre los arbolillos. Septiembre acababa de empezar y todavía estábamos bajo el influjo vacacional del verano, con ese humor estival que tanto caracteriza al desierto Madrid de agosto. Até mi bici en una farola, me paré un ratillo a charlar y compartir algo de cerveza, y en algún momento me preguntaron por la uni. Mucha gente de mi instituto se lanzó directamente a la formación profesional, algunos de ellos ni siquiera hicieron el bachillerato. Recuerdo sacar con pesadumbre mis apuntes de la mochila y enseñárselos. Estaban llenos de fórmulas absurdas que ni siquiera yo comprendía. En su momento dije "bien", se me olvidó añadir el "¿o te cuento?". Volviendo a casa, algo más tarde, empecé a notar el peso de la incomprensión, recuerdo incluso alguna lagramilla intentando salir a respirar el olor del verano. En mi instituto siempre había sido el chico listo de las mates. Una vez que suspendí un parciallo y, cuando el profesor leyó mi nota en voz alta, el gran Mo dio un golpe en la mesa, me miró con seriedad y dijo solemne: "ha caído un mito". En el curso cero todo ese apoyo emocional se convirtió en una carrera por la inteligencia matemática. Supongo que es una de las propiedades de los aspirantes a físicos, queremos ser siempre los más listos, y yo iba perdiendo. El entusiasmo de mis compañeros incitaba a los profesores a tirar más lejos, a enseñarnos cosas más bonitas, y a la vez más complicadas. Otro loop completamente distinto al que yo estaba acostumbrado, y yo no podía evitar ver fórmulas incomprensibles por todas partes. Dije iluminación, despertar, quizá me haya precipitado un poco. El curso cero, que finalmente aprobé con un cinquillo que algo de pena llevaba en su vientre, fue más bien como una inmersión a la irrealidad, una especie de advertencia de lo que estaba por venir. La idea era proveernos de una base para empezar el curso con buen pié. En realidad el nivel del curso cero llegó a sobrepasar el nivel de exigencia de primero de Físicas. Sé a ciencia cierta que no lo planearon así (un año más tarde participé en una de las reuniones de la gente que diseñaba esas asignaturas), pero lo único bueno que aportaron esas tres semanas de clases intensivas fueron la preparación suficiente para saber a dónde agarrarse cuando las cosas dejan de tener sentido.
Cuando empezamos a vivir en las asignaturas de verdad la niebla empezó a disiparse. En realidad primero de física no es muy diferente a un segundo de bachillerato. Algo aumentado, quizá, más interesante, más complejo, más difícil... pero yo venía del único colegio de un país tercermundista y aún así pude seguir las cosas con fluidez, tan terrible no era, vaya. El que diga que es imposible es porque ni siquiera lo ha intentado... ¿quizá decidió que no-se-podía en el curso cero? Yo estuve a punto de tomar esa determinación, pero al final decidí seguir adelante, quizá (qué coño quizá) más por orgullo que por verdadera tenacidad, y al final el viaje no fue tan tortuoso. Por supuesto, nunca fui el más listo de la clase, pero todo empezó a tener sentido y las tetas y los senos se volvieron ángulos y proyecciones, y las eses alargadas que "integraban cosas" se convirtieron en majestuosísimas sumas larguísimas de cosas muy pequeñas, cobrando un sentido tan exquisito como los bombones esos de chocolate que sólo venden en invierno para conservar su calidad. Visto en retrospectiva, si la física es un puzle de inconmensurable de piezas que viene sin montar, en primero uno se encarga de encajar los bordes del rompecabezas. Pasito a pasito. Al principio todas esas piezas, desordenadas, ilógicas, permanecen allí, estériles. Uno intenta toquetearlas, darles la vuelta, pero nada parece funcionar, hay demasiadas combinaciones. En aquella época yo solía ir en bici cada día a la uni, rain or shine. De mi casa a la puerta de la facultad había exactamente 10 kilómetros que yo recorría en aproximadamente 30 minutos. El viaje es bonito, pero complejo. Recuerdo subir la gran vía por la mañana (aproximadamente las 14:42, teniendo en cuenta que llegaba siempre justito a clase), intentando esquivar los coches que se quedaban atrás en el atasco, las motos que me adelantaban entre coche y coche cuando había espacio y las humaredas de los tubos de escape de aquellas bestias humeantes de la roja EMT. Montar en bici en esas condiciones requería toda mi atención y durante las primeras semanas ponía mucho cuidado en lo que hacía. Luego, como siempre pasa, mi cerebro empezó a acostumbrarse a tales artificios y la conducción se volvió tan automática que a veces, volviendo a casa, tenía ya el pijama puesto cuando recuperaba la consciencia de mí mismo. Esos paseos automáticos en bici, una hora cada día de reflexión pura, sin interrupciones de ningún tipo, fueron la clave para resolver el marco de mi puzle personal de la física. Al igual que en los puzles no metafóricos, uno acaba encajando piezas casi por accidente. Mi primera vez fue cuando me dí cuenta de que el área del círculo es de hecho la integral del perímetro entre el centro de la circunferencia y su radio. No fue una reflexión ingeniosa ni el resultado de meses de lectura. De hecho, al principio pensé que era una feliz coincidencia (sí, así de verde estaba). Jugueteando con el concepto me di cuenta de que cuadraba, de que en realidad era una obviedad, que no podía ser de otra manera. La esquina del cálculo empezó a tener sentido, empecé a distinguir un árbol, quizá las patas de un animal. Más tarde intenté seguir el mismo procedimiento e integrar el área del círculo para obtener el volumen de la esfera. Si nunca lo habéis intentando os animo hacerlo, no es tan fácil como parece. A mí me costó tres viajes en bicicleta resolverlo, pero cuando finalmente lo conseguí toda la geometría diferencial cobró sentido en mi cabeza... y no estudié la asignatura hasta dos años más tarde.
Juntar piecitas y piecitas hasta que todo cobra sentido, eso es (primero de) física. No hay que aprenderse grandes manuales, ni siquiera más de cinco o seis fórmulas por cada asignatura. En muchas de ellas puedes incluso llevarte el libro, o los apuntes, no es importante tenerlo todo en tu cabeza, lo importante es haber cuadrado las piezas en casa. Alguna gente, lo he visto, toma un approach diferente. Mira la caja del puzle e intenta memorizar la esquinita, con todos sus detalles, cada uno de los píxeles que la resolución de la impresión permite distinguir. Pero esa no es la forma en la que uno aprende física: agarrar la lupa durante horas para distinguir el pigmento es un auténtico coñazo, y final los brazos empiezan a doler. Hay una razón por la que en Física nos dejan llevar los libros a los exámenes. Sólo quieren saber si eres capaz de juntar las piezas, y naturalmente tiene sentido que te las traigas desde casa. Un examen de física no es ḿás que eso: "dibuje el perrito marrón que se distingue entre los arbustos de cerezas". Si has resuelto el puzle en casa, puedes agarrar las piezas en los libros que te has traído a cuestas y recomponer la imagen fácilmente. Si has estado dos meses memorizando el perro (y los otros veinticinco animales de la figura) también puedes hacerlo... aunque a veces te cambian una o dos piezas, a ver qué tal te adaptas (esos son los llamados "malos profesores" por las élites memorizantes de la fauna estudiantil).
Con diferencia, la asignatura más difícil de primero de físicas, y para algunos la más difícil de toda la grandísima carrera, era Álgebra Lineal. Esa asignatura era el enigma maestro, la parte del cielo, en la que salvo por alguna nube cilla todas las piezas son iguales y es imposible comprender por dónde empezar. El invierno había ya llegado cuando unas obras menores en el mayor aula de la facultad nos forzaron a movernos por un par de semanas a la facultad de los enfermos (otro apelativo cariñoso y sin ingenio que robé, sin el mínimo arrepentimiento, del profe de Variable Compleja) de enfrente, los hermanos matemáticos. Durante los primeros días no conocíamos mucho la facultad, que por otra parte tenía una arquitectura harto paradójica: uno se lanzaba andar todo recto y, como en un toroide y sin saber por qué, fuera cual fuera la dirección inicial acababa uno en el mismo lugar que en el que empezó. Todavía sin saber mucha topología, asustados de tales conceptos, los novizos estudiantes de física preferíamos resguardarnos en la familiar geometría del aula (un cuboide sin misterio ni encanto) durante los descansos, charlando o revisando los apuntes, en busca de alguna frase que tal vez tuviera sentido. Yo solía levantarme a estirar un poco las patas porque en aquella época todavía no había cuajado en mí el sedentarismo occidental. Era un viernes por la tarde, de esos en los que el gaznate te pide cerveza y uno está ya casi pensando en que si Argüelles o Malasaña. Siempre teníamos tres horas de Álgebra los viernes, con un pequeño descanso a la mitad. Quizá una puyita del jefe de estudios para recordarnos que relajarse durante el fin de semana podía ser peligroso. Peláez, que por siempre perdurará en mi cabeza como el maestro profesor del Álgebra Lineal, y que sabía mucho más de variedades diferenciales que nosotros, fue a tomarse un café para despejarse. Algún aventurero le siguió, con la esperanza de aprenderse el camino. Yo estaba cerca de la pizarra, completamente ajeno a aquellos raros simbolillos que en blanco agrietado rompían los caminos de tiza que algún borrador saturado de polvo blanco habían dibujado en la pizarra. Los demás estaban en silencio, aferrándose al cansancio indescriptible de escuchar durante cientos de minutos un barullo interminable de incomprensibles, cuya comprensión define, por alejarnos un poco del dramatismo innecesario, el futuro del alumno redimido. Pero yo, que todavía no estaba muy dado a aquello de la interacción social, tomé aquel silencio inexpresivo como el vuelo de un ángel extraviado y, no muy dado al respeto religioso, decidí ahuyentarlo preguntando a mis compañeros si era el único que no había entendido nada de todo aquello que el bueno de Peláez con tanto cariño (o mejor quizás entusiasmo) nos contaban. Las lágrimas salieron casi al instante, acompañando al gesto de vaivén craneal que caracteriza la negación en nuestra cultura. La desesperación era tan densa que se podía masticar (otro símil robado, esta vez, del gran Pér el primero (sí, hubo un primero, y no tenía nada que ver con el gran Pér el segundo)). Nadie. Absolutamente nadie de todos esos pequeños geniecillos, superhéroes del curso cero, dieces selectivitarios en matemáticas. Ninguno entendía los jeroglíficos hermíticos, formas opacas cuadráticas, grupos incomprensiblemente abelianos (calvos como ellos solos), dibujados sobre la pizarra. Quizá el aventurero, el que podía andar por la facultad de matemáticas sin perderse en un bucle de sí mismo, quizá él sabía, lo que significaba. Pero no estaba allí para afirmarlo. O quizá ni siquiera él. Quizá se había ido, simplemente, a perderse para siempre en el laberinto de lo que su cabeza no podía resolver. Dicen que cuando alguien aprueba Álgebra Lineal ya se puede decir que va a acabar, tarde o temprano, la carrera. En cuanto a nosotros, casi todos la suspendimos aquel semestre y muy pocos la recuperaron en septiembre. No había que ponerse triste, "Álgebra se aprueba en la cuarta o quinta convocatoria, no te preocupes", era la comparsita particular de los veteranos, gente maja aunque no del todo empática. Yo lo hice a la tercera. Todo empezó un año más tarde cuando, cruzando la rotonda de Cibeles, sus brazos me tendieron la luz de la divinidad y visualicé, finalmente, tras tantos meses de búsqueda, qué era un espacio vectorial. Apreté los pedales tan fuerte que la cadena de mi bici saltó un par de bisagras y casi caigo entre taxi y autobús. Llegué tan emocionado a la universidad que empecé a gritar por los rincones el misterio del descubrimiento. Muchos de mis compañeros comprendieron mi explicación, otros ya lo habían resuelto por sí mismos. Pero lo verdaderamente mágico del puzle es que, una vez esa primera pieza encajó, una vez localizada la nubecilla, cuya estratificación dispersaba los rayos otoñales del sol a su alrededor, las otras piezas del puzle, transformadas ahora en un dominó verticalizado, cuajaron por sí mismas, dándole tal sentido a ese cielo enrojecido que era difícil explicar la dificultad inicial de la asignatura. Todo el Álgebra cobró sentido para mí aquella tarde, en una relectura de mis apuntes que apenas llegó a las dos horas. No estoy ni siquiera exagerando. Así de fácil... Aprender no aprendemos tanto. Es sólo que hay que buscar muy adentro para que las piezas acaben por encajar.
En primero uno aprende a usar fórmulas y a interpretar su significado. En ese sentido no es más que un bachillerato avanzado. Es en segundo cuando empieza lo divertido. Recuerdo que en primero uno echaba de menos usar números que dieran sentido a las fórmulas, en su lugar todos los círculos tenían un radio r, y todas las resistencias una resistencia R1, o R2, o R3. En segundo echábamos de menos las fórmulas. Resulta que en realidad la física no es más que la búsqueda de las leyes universales de la naturaleza, y... ¿qué hay de universal en un triste recetario? En "mecánica y ondas" aprendimos a substituir todas las fórmulas de cosas que se movían por una regla sencilla y axiomática llamada "Principio de Mínima Acción", según la cual un señor yace en una tumbona montada entre dos palmeras a la luz del atardecer. En electromagnetismo aprendimos a cambiar todas las estúpidamente complejas fórmulas electromagnéticas por las cuatro maravillosas y compactas "Ecuaciones de Maxwell" (que más tarde, en electrodinámica, se convertirían en dos simplérrimas ecuacioncillas conteniendo no sólo el electromagnetismo, si no también la relatividad especial). Ya no estábamos jugando, como hacen los niños con sus papis, a construir los bordes del puzle. Ahora estábamos montando trozos de verdad. Pequeñas islas construidas en el interior del puzle que, a veces sí a veces no, tocaban los extremos. Algunos trozos ni siquiera sabías donde ponerlos, ni en qué orientación iban, como la termodinámica. Eran pequeños inselburgs, con coherencia interna pero sin aparente relación con el resto de la imagen. De vez en cuando, un paseo en bicicleta ayudaba a añadir piezas, que últimamente unían la mecánica con la termodinámica o el electromagnetismo. A veces había que esperar semestres enteros para descubrir que la óptica sólo se vincula con el electromagnetismo a través de otro islote que todavía no habías empezado a construir. Pero poco a poco, the big picture, emerges from the chaos. Y darle ese sentido, esa emergencia, es lo que significa estudiar física. Como ya he dicho, la memoria juega un papel muy pequeño en nuestra carrera.
El puzle, por supuesto, nunca se completa. En primer lugar, porque (aunque me sobreadelantara diciendo eso de las 10000 piezas) ni siquiera sabemos cómo de grande es, y muchas de las piezas ni siquiera están todavía impresas. Imprimirlas, eso es lo que hacen los investigadores. O mejor dicho conformarlas, para muchos de ellos nuestras piezas son puzles en sí mismos, compuestos de miles de piecitas diminutas, que su vez. Pero me estoy desviando. No es sólo que no tengamos todas las piezas, es que el puzle es sencillamente inconmensurable. Todo eso nos lo revelan cuando se acaba segundo y uno debe decidir si quiere seguir completando el puzle o prefiere empezar a aprender a utilizarlo. Los "fundamentales" construyen nuevas piezas, los "aplicados" usan el puzle que tanto les ha costado comprender para crear nuevas piezas en otros puzles. Ambos pueden ser experimentales o teóricos. Los teóricos proponen piezas, o combinaciones de piezas, que parecen encajar en el puzle. Los experimentales verifican que las piezas realmente pertenecen al puzle. O mejor dicho, porque lo de verificar nunca se acaba de conseguir del todo, se dedican a comprobar que (no) es fácil demostrar que la pieza no pertenece al puzle. Un teórico fundamental, por ejemplo, intenta encontrar las piezas que separan el islote de la relatividad de Einstein (el rollo ese de los gemelos y que si la masa con la velocidad, la energía y un cuadrado) y el islote de la mecánica cuántica (el rollo ese de la partícula que es lanzada con una honda contra una rendija y que si el gato no está ni vivo ni muerto si no que todo lo contrario). Un teórico aplicado puede, por ejemplo, utilizar los animales del islote de la relatividad y las florecillas del islote de la física de partículas (lo del queso y el pegamento) para crear un mapa del universo. Un experimental fundamental suele dedicar su tiempo estos días a validar las florecillas violetas de la física de partículas, que es lo que hacía la gente del LHC (el círculo ese tan grande en Suiza) cuando estaba buscando al bosón de Higgs con su camiseta a rayas del atleti y su bastón de madera reglamentario. El aplicado experimental es un despojo social en la jerarquía de la vanidad matemática que se dedica, por ejemplo, a medir la intensidad de las estrellas. En España casi todo el mundo es teórico, porque no hay mucha pasta para la experimentación. Por eso despojamos a los experimentales con sus trabajos molones. Es una cura contra el sentimiento de inferioridad económica. ¡Maldita burguesía! Pero no me hagáis caso, ¡peores son los ingenieros!
Yo decidí seguir por el camino del teórico fundamental, sencillamente porque a mí lo que me molaba era lo del puzleo. Cuando acabé la carrera quería seguir aprendiendo cosas, y me metí en un máster de informáticos en el que aprendí que nuestro approach no es el approach de todo el mundo. La comparación es importante en este punto y se verá que mi exclamación anti-ingenieril no es del todo gratuita. La cosa es que la informática es un mundo sin pasiones. También allí había que resolver unos cuantos puzles, pero sabían a poco, eran más juegos de ingenio inocentones (como aquel del señor que se tira por la ventana y grita "¡noooo!" cuando suena el teléfono, lo que me transporta por completo, como los perfumes del señor que hace perfumes en El Perfume, al olor a mar y sardinas del puerto de Calpe al atardecer. Mi hermana contaba la adivinanza sin mesura por aquellos tiempos, es una de esas cosas que no tienen sentido y cuando te dicen la solución parece que todo cuadra pero luego lo piensas otra vez y te das cuenta de que el espacio de soluciones que encajan con la descripción del problema es tan grande que) que verdaderos desafíos. En ese triste campo lleno de ecuaciones fantasiosas que no significan nada, que no pueden axiomatizarse en la belleza compacta de dos ecuaciones generales, las cosas no pueden resolverse con un viaje en bici. Allí la inspiración, por llamar de alguna forma a esa resolución fría y analítica a la que siempre se llega por la misma vía, sin calor ni creatividad, sólo puede alcanzarse con papel y lápiz. Y a veces se hace necesaria incluso la ayuda de un ordenador. Es un mundo sin vísceras ni entrañas. Lo importante es el flujo de información y no su comprensión. Física me proporcionaba ideas desafiantes, nuevas cosas que visualizar, conceptos que comprender, cosas que me acompañaban a todas partes. Era imposible sentirse sólo, siempre acompañado de todas aquellas piezas que anhelaban conformarse en una sola. Las ingenierías son torpes y arrogantes. Carecen de la flexibilidad y la portabilidad de la física. Las ingenierías marcan la importancia en el conocimiento, en la memoria analítica pura y llana. Recordar (Memorizar) definiciones y definiciones y catálogos y métodos y soluciones. En física no aprendemos cuál es la mejor solución a un problema, aprendemos cómo encontrarla no matter the problem. Por esa razón somos gente versátil cuando salimos de la carrera. No sólo conocemos nuestro puzle, si no que hemos desarrollado una habilidad innata para resolver los nuevos puzles que van apareciendo durante nuestro camino.
Cuando física se acaba la población de estudiantes, haya tomado el camino que haya tomado, se dispersa como un rayo de luz solar cuando se encuentra con la atmósfera terrestre. Algunos se quedan en el campo, especializándose en las piecitas... ya sabes: un doctorado, un par de post-docs y luego quizá pasarse a la industria (que también investiga), o quizá conseguir una plaza de profesorado en una universidad (que también investiga). Otros se saltan el doctorado y saltan a la industria directamente, saturados de tanto puzle. En primera aproximación no se vé, parece antiintuitivo, pero hay miles de empresas dedicadas a adoptar físicos descarriados para meterles en sus raíles. Las aplicaciones son infinitas, al fin y al cabo, "todo es física". Se aplica directamente, y sin pasar por el catalizador de los ingenieros: construcción, electrónica, medicina, telecomunicaciones... you name it! Los metereólogos, astronautas... incluso la gente que se dedica a predecir terremotos... todos físicos! Todo es física y a la física todo se reduce cuando uno intenta estudiar algo con la suficiente profundidad. Pero como ya he dicho, la fortaleza del físico no es tanto la de comprender su puzle, si no su facilidad para resolver, visualizar y comprender nuevos puzles. Es por eso que estamos tan esparcidos en tantos campos. Una vez me dijeron que los protones del núcleo duro de desarrolladores de Plone, un complejísimo pero potentérrimo framework para desarrollar páginas web interactivas, son físicos teóricos, pegados los unos a los otros por acción indirecta de los neutrones, que incidentalmente también son físicos teóricos.
"En cuanto a mí", finalmente encontré mi camino en la Neurociencia Teórica (el lector astuto habrá averiguado: teórica aplicada), reencauzándome en la reminiscencia de aquello a lo que prometí Volver aquel verano en China: el puzle más me inquieta de nuestro egocéntrico universo: el cerebro humano. Si uno lo piensa es kind of fun, eso del cerebro humano intentando explicar el cerebro humano.
Garbiñe
Apr 27th, 2014
Y aquí estoy yo, no sé si me recuerdas, la vasca que no pudo llegar a resolver el puzzle de primero por que tenía el propio puzzle mental que resolver antes.
Una vida después de ese primer año donde yo era una de las que te decía que álgebra era incomprensible me has hecho recordar aquel gran año y emocionarme de nuevo.
Están aquellos que terminan la carrera y logran ir encajando el puzzle, y aquellos como yo que no lo logran pero que por cabezonería o locura aún sueñan con hacerlo. Y mientras te miran como si estuvieses loca cuando vas recolectando piezas por tu cuenta hay momentos que leyendo posts de excompañeros recuerdas cómo disfrutabas mientras tomando unas cervecitas un loco muy majo te explica qué ha descubierto acerca del área del círculo.
Gracias por este momento nostálgico y por aquel gran año.
Un muxutxu